Cómo sobrevivir siendo Biólog@ en una ciudad, sin sucumbir en la banqueta esperando...

domingo, agosto 03, 2008

Ciclos y veneraciones

Son horas para dormir, pero no lo hago. Escucho los ruidos comunes en casa, cruje cuando pasan camiones de carga. Me acostumbré a sentir el ligero temblor en el segundo piso y a escuchar el paso del camión para no espantarme.
Decir que ahora mudo de banqueta sin sentir nostalgia, sería mentira.
Hace unos días visité la casa de mi abuela materna, ahí donde viví mis primeros años, donde aprendí a caminar y a balbucear (siempre he preferido oír y ver a hablar), donde rompíamos las esferas del arbolito de navidad (el primero de muy pocos en mi vida) y las escondíamos debajo de los cojines del sillón de la sala. Donde aprendí que cada planta tenía sus distintos requerimientos de agua y luz, gracias a mi abuela. (Gran parte de mi inclinación hacia las plantas se la debo a ella, que también se la heredó a mi madre y ella a mí, así que tengo doble dosis).
Hacía mucho tiempo que no entraba en esa casa y fueron sentimientos mezclados al ver todavía las cosas que me fueron familiares. Me robé un pequeño dinosaurio de plástico que seguramente era de mi primo. Su fascinación por esos animales me era asombrosa, recuerdo sus libros con los nombres científicos y un dibujo para colorear... yo nunca me aprendí más allá del Tyrannosaurus rex. Aún en la universidad, aprenderme cosas sobre las eras geológicas y sobre las extinciones como la del Jurásico, me fueron difíciles de recordar. Eso de los fósiles no es lo mío, sólo me gusta verlos y saber datos curiosos sobre ellos. Tal vez mi primo pudo ser un gran paleontólogo. Lo que sí aprendí con él fue el nombre de los luchadores, sí sí, esos de lucha libre y por supuesto, le íbamos a los técnicos, a los buenos. El caso es que me robé ese dinosaurio, sentí que me pertenecía más que a cualquier otro en ese momento.
También ese día nos topamos a quien fue mi pediatra y el dueño de la guardería a la que iba... llorando sin parar, por cierto, todas las mañanas desde mi lejanísima casa. Dos o tres casas de diferencia, pero yo exageraba. Hacía harto berrinche para ir, no quería alejarme de mi casa y al regresar siempre parecía feliz de haber estado ahí. Cuando tomo jugo de zanahoria no puedo evitar recordar esa guardería.

En esta semana también visité a mi abuelo, quien vive en la misma colonia que mi abuela. Ahora a él le tocó tomarme del brazo para apoyarse y caminar. Los papeles se invirtieron. De los pocos recuerdos que tengo con él cuando era niña, es que él me tomaba de la mano (manita en ese entonces) y en vez de ser un abuelo tierno, me doblaba los dedos y reía. Ésta vez tuve ganas de decirle malosamente: "hey abuelo, ¿te acuerdas de cuando me apretabas y doblabas mis dedos?". No lo hice y no sé por qué no. Será porque justo cuando lo pensaba, pasamos por una tienda donde estaba una señora. Era la misma tienda donde comprábamos dulces y nieves con la misma dueña, "La nevera", como la apodan en mi familia. Me sorprendí al verla, ahí estaba parada sola, como siempre la ví, sólo que ya es más vieja que cuando yo la conocí viejita y su tienda está casi vacía. Quise ver ese refrigerador donde alguna vez accidentalmente al apoyar mi mano para ver los helados, me lastimé la uña del dedo meñique izquierdo. Sí, tengo buena memoria pa algunas cosas. Pero el refrigerador no estaba. "La nevera" saludó a mi abuelo, yo sólo pensé: ¿sabrá quién soy yo? ¿se acordará de esa niña que lloró y lloró ante el nerviosismo de ella y de mi abuela?
Seguimos caminando por la colonia y fuimos a comer unas sabrosas memelas. La salsa verde siempre ha sido más picosa que la roja, hasta la fecha.

Y hoy, estoy resistiéndome un poquito más de lo normal para salir de casa. Del limbo oloroso de mi hogar, como lo ha nombrado mi mamá. Pero creo que esto es un ciclo más, como todo lo anterior que nunca suelo contar. Sólo que me pone un tanto triste y a la vez me emociona.

Hay cosas que cambian como ahora que soy yo en quien se apoyan mis abuelos para caminar.
Hay otras que existen y luego desaparecen de tajo pero dejan rastro, como los dinosaurios con los que jugaba mi primo.
Cosas que poco a poco van modificándose y que al no estar presentes en su continuidad, nos sorprenden, como el avance en la edad de "La Nevera" y el vacío en su tienda.
Pero definitivamente, como bien me enseñó mi abuela, cada planta tiene requerimientos distintos. Cada etapa requiere de distintos sacrificios y otorga distintos gozos, ese es el karma de nuestros deseos, diría mi padre.
Hay cosas que permanecen como la salsa verde picante y mi llanto al alejarme de casa.
Así que allá voy, con todos mis deseos hacia un nuevo ciclo. Donde de vez en cuando, veneraré al dios mitológico de los leones playeros de Xerófilo, el cerro de Quiahuiztlán en las costas veracruzanas.





¿Vieron el león? El perfil del cerro, que de hecho es un cono volcánico, me parece el perfil del rostro de un león, acostado viendo hacia arriba. Esta vez no fumé camaleón, así que échenle imaginación.
También la laguna tiene un ciclo, ¿vieron? Esa es El Llano. Mi Llano, o mi llanero solitario.